Cuando Matt me
dijo ayer que íbamos a vivir con una estrella del pop, escupí los cereales que
estaba comiendo. Literalmente. Es decir, ya vivimos en una casa llena de chicas
guapas, y ahora viene otra más, que además es… bueno, famosa. Muy famosa, porque algunas de nuestras vecinas ya salen en
las revistas, pero Sabrina Mangano está a otro nivel. Todavía recuerdo a mis
padres discutiendo cómo iban a ocultar de mi inocencia adolescente la indecente
portada de Una giornata particolare
cuando pensaban que aún no había vuelto del instituto. Claro que, después de
eso, mis amigos y yo fuimos al centro comercial a mirar esa incendiaria
portada, sólo a mirarla. De hecho, no conozco la letra de una sola de sus
canciones, aunque puedo tararear un single o dos. Son canciones muy pegadizas,
después de todo. Y ahora, esa chica va a vivir con nosotros. Todavía estoy
alucinando.
—¿Cuándo se
instala? —Le pregunté a Matt.
—No lo sabemos
seguro —respondió—. Un día de éstos. Ya han empezado a traer sus cosas.
Menos mal que me
lo dijo él, porque yo ni me enteré. Es lo que tiene vivir en el ático: nunca
ves pasar a nadie por la escalera.
Cuando salí de
casa esta mañana camino de la Escuela, me pasó una de esas cosas que suceden a
veces: no piensas nunca en algo, alguien te lo menciona y entonces aparece por
todas partes. En el autobús sonaba una de sus canciones, las dos chicas que
iban sentadas detrás de mí cotorreaban acerca del modelito que llevó en no sé
cuál gala que hubo el viernes pasado y justo en la parada que hay delante de la
Escuela habían colocado un cartel publicitario de una marca de maquillaje en la
que sale ella lanzando un beso a la cámara. Como las cosas sigan así cuando se
venga a vivir al edificio, voy a acabar con sobredosis de Sabrina Mangano.
De hecho, voy
pensando en eso cuando entro en clase, y apenas he soltado la mochila cuando me
asalta James:
—Tío, ¡no sabes
lo que me he comprado!
Enarco una ceja,
sin reprimir una sonrisa divertida.
—Pues claro que
no —contesto.
Como respuesta,
James se limita a balancear un ejemplar de la revista GQ delante de mis
narices. En la portada aparece Fernando Torres, y le miro con cara rara:
—¿Debería
emocionarme?
James chasquea la
lengua:
—Tú y tus mundos
de yuppie. Mírala y llora.
Pasa con presteza
las páginas de la revista hasta llegar a una foto a doble página en la que sale
(cómo no) Sabrina Mangano.
—“Sabrina Mangano
se lo quita todo” —sisea, triunfal, como si la hubiera convencido él mismo.
—“Menos los
zapatos” —completo la frase. Le miro de reojo antes de señalar—. Pero si no se
le ve nada.
—Bueno, así deja
más a la imaginación —protesta James.
Si le digo que
voy a vivir bajo el mismo techo (comunitario) que su diosa, se muere. Y no creo
que a Ellen, que por cierto, hoy no ha venido a clase, le haga mucha gracia.
—¿Qué estáis
mirando?
O a lo mejor sí
que ha venido.
—Evan me está
enseñando una revista que se ha comprado —suelta James con descaro, antes de
que pueda reaccionar. Será capullo—. Tío, lo que a mí me interesa es la sección
de coches.
Ellen se asoma
por encima de mi hombro y claro, ve la foto. Me lanza una mirada cargada de
censura, pero por suerte me conoce lo bastante, y a su novio también, como para
decir en voz alta:
—Bueno, cuando
acabes de mirar los zapatos de tacón puedes devolvérsela a mi chico.
James corre tras ella tratando
de excusarse, y antes de que entre el profesor aprovecho para pasar la página y
fingir no mirar la siguiente foto mientras leo los párrafos resaltados de la
entrevista.
La verdad es que
ahora me gustaría leérmela con más calma. No soy ningún especialista en Sabrina
Mangano, así que desconozco los detalles del robo en su casa y todo eso, aunque
sé que hubo mucho lío. Normal, a mí tampoco me haría gracia si entrara un
desequilibrado en mi cuarto y se pusiera a husmear entre mis cosas.
El profesor entra
en el aula y nos colocamos todos en nuestros sitios. Apenas tengo tiempo de
echarle un vistazo a la última foto cuando me quita la revista:
—Señor Jameson,
¿le importa dejar a las macizas para sus ratos de ocio?
—Esto… —balbuceo,
cortado. Toda la clase me está mirando y noto cómo me pongo colorado hasta las
orejas.
—Se la devolveré
cuando termine la clase —le echa una ojeada antes de cerrarla—. O mañana, quién
sabe.
Oigo risitas a mi espalda, y
no necesito volverme para saber que se trata de James.
Al final me quedo en la Escuela hasta bien entrada la tarde, ya que le
dejo a James las explicaciones si quiere recuperar su revista (y quiere, claro
que quiere), pero tengo pendiente un trabajo, así que paso unas horas en la
biblioteca, haciendo fotocopias y demás. Cuando vuelvo al apartamento, falta
apenas una hora para la hora de la cena. Matt se ocupa de todo, y por lo
general no es quisquilloso con los horarios, pero como está muy implicado en el
proyecto en el que trabaja ahora, seguramente estará liado hasta medianoche, y
hace un descanso para cenar. Aprieto el paso para que no me pille el toro y
dejo que la puerta del portal se cierre tras de mí, pero no la oigo. Cuando me
doy la vuelta, me topo con un rostro que ha estado persiguiéndome todo el día.
Sólo que ahora
está vestida.
—Éste es el número
34 de la calle, ¿verdad?
—S-sí —respondo.
—Soy la nueva
vecina —me estrecha la mano—. Puedes llamarme Sabrina.
Oh, Dios. Puedo llamarla
Sabrina.
Si ya decía yo que esta chica iba a revolucionar la casa... Vaya sesión de fotos, son increíbles, me has dejado con la boca abierta. Besitos!
ResponderEliminarCuando se dice que Sabrina se lo quita todo, es que lo hace en el sentido más literal de la expresión. Pronto la conoceréis un poco mejor... ¡y vestida!
ResponderEliminar¡Gracias por comentar!
Woooo !!!!! Vaya sesion de fotos mas estupenda. No conocia tu blog y lo vi gracias a que de vez en cuando cotilleo los blog de los comentarios de blog que sigo y este fue tu caso,pero encanto descubrirlo me encanta!!!!
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