Las chicas no dejan
de acosarme a preguntas. Desde que salí con Matt en aquella cita, la curiosidad
no ha dejado de florecer a mi alrededor. Aquí todas tenemos un sexto sentido
para percibir cuándo las cosas han cambiado, y para nosotros dos podrían haber
cambiado mucho.
Recapitulemos: me
llamo Valentina, y todo el mundo me tiene por una fiestera incurable y soltera
entusiasta. Cuando Matt llegó unos meses atrás, no le presté demasiada
atención, fundamentalmente porque tiene novia, y si hay una cosa que respeto es
a las parejas. Además, le veía muy distinto a mí, tan serio, tan dedicado a su
profesión… No creía que tuviésemos demasiado en común. Pero fue entonces cuando
me pidieron que saliese un día con él para tratar de animarle cuando todo
cambió.
La idea la tuvo
Connie, lo que me hace pensar que no había ninguna clase de segunda intención
en su propuesta. Es tan inocente que casi da miedo. Yo no esperaba nada más
allá de un paseo y un café antes de que cada uno volviese a sus asuntos, así
que ni me arreglé especialmente ni nada parecido. Nos encontramos en el portal
del edificio, para que el terreno fuese un poco más neutral, y comenzamos a
caminar en apariencia sin rumbo fijo mientras yo me esforzaba por romper el
hielo, muy concienciada de mi labor como animadora temporal de Matt. Le hice
toda clase de preguntas acerca de su trabajo, como si lo entendiera, y parloteé
un poco acerca de mí misma, de mis amigas, mis estudios, mi rutina. Creía que
no me estaba haciendo mucho caso porque parecía un poco ido, pero me hizo
algunas preguntas que desvelaron que en realidad me estaba prestando atención. Sin
embargo, seguía alicaído, era evidente, así que acabé preguntándole:
-¿Qué puedo hacer
para que te sientas mejor?
Él se volvió hacia
mí y me dedicó una de las sonrisas más bonitas que he visto en mi vida.
-¿Te apetece ver
las rosas?
Asentí, claro, sin saber
muy bien a qué se refería.
Me guió a un
pequeño parque, no muy lejos de nuestro edificio, al que se entraba por una
especie de pasillo con arcos de hierro forjado por los que trepaban exuberantes
rosales en flor. No me explico cómo las rosas seguían abiertas en pleno otoño,
pero su vibrante tono de rojo parecía explotar bajo la luz moribunda de aquel
día nublado.
-Es un sitio muy
bonito –dije.
Me quité las gafas
de sol un momento para apreciar mejor la estampa, pero Matt no me imitó. Le interrogué
con la mirada, y se limitó a responder:
-Vengo a menudo.
-¿De veras?
Él asintió con la
cabeza y añadió:
-Me anima cuando
estoy deprimido.
Volví a ponerme las
gafas de sol.
-Y eso… ¿te pasa
mucho?
-Últimamente –se enterró
las manos en los bolsillos-, bastante.
Apreté los labios. Me
moría de ganas de seguir preguntando, claro está, pero no quería ser
indiscreta. Seguimos caminando un rato por el parque. Pareció animarse cuando
le pedí que nos tomara una selfie y me invitó cuando tomamos asiento en una
cafetería tranquila. Allí se quitó al fin las gafas de sol. Esa vez me miró
mientras volvía a hablar sin parar, y llegó a sonreír un poco al escuchar mis anécdotas
del instituto.
-…Y entonces, Jake…
-Me callé de sopetón y aparté la mirada.
Matt dejó de
sujetarse la barbilla con la mano y me preguntó:
-¿Jake, qué?
-Prefiero cambiar
de tema, si no te importa –respondí.
Él se reclinó sobre
el respaldo de la silla.
-Entiendo.
Di unas vueltas a
la cucharilla en mi taza ya vacía, trazando círculos en los restos de espuma de
mi capuccino. Al final, sentí la
necesidad de contárselo a alguien.
-Jake era un amigo
de clase. Me gustaba, y era evidente que yo también a él. Hice planes para
declararme y todo eso, pero mi madre se enteró, y bueno… Vengo de una familia
muy tradicional. No les gustó la idea, y me lo prohibieron. –Callé un instante
antes de añadir-. Mis padres no son como los de los demás. Sabía que si les
desobedecía, acabaríamos los dos metidos en un lío… Pero me asustaba más lo que
le pudiera pasar a él.
Volví a callarme
con un nudo en la garganta. No solía contar cosas de mí misma que implicasen
referencia alguna a mi familia, ya que inevitablemente solía acabar haciendo
alguna clase de referencia, por mucho que intentase no hacerlo, a las
actividades que desempeñaban mi padre y los demás. Me recriminé en silencio
haberle hablado de Jake, al que tanto había intentado olvidar, arrepentida en
cuanto hube terminado, pero al contrario que otra gente, Matt no insistió en
los puntos más oscuros de mi pequeña perorata, sino que miró a través del
cristal de la cafetería hacia la calle y confesó a media voz:
-Las cosas con
Alyssa… van mal. Llevan mal una temporada, y aunque hemos tratado de
arreglarlo, no parece que sigamos funcionando. De algún modo… llevamos juntos
más de cinco años, y de repente todo va mal. Creo que seguimos juntos porque a
estas alturas nos da miedo cambiar a los dos.
En ese punto volvió
a callarse, y se mordió ligeramente el labio inferior. Aquel sencillo gesto
hizo que me diera cuenta de lo mal que lo estaba pasando con todo aquello.
-¿Te preocupa cómo
vaya a afectar a vuestra relación el vivir separados? –Le pregunté
-Me preocupa el
hecho de que sé que bien no va a salir.
No me atreví a
decir nada más, así que estiré el brazo para cubrir su mano con la mía. Él tardó
unos instantes en imitar mi gesto. Me quedé mirando su reloj como embobada unos
segundos, y cuando volví a alzar la cabeza hacia él, me topé con su mirada
serena contemplándome fijamente. Creo que fue entonces cuando saltó la chispa.