He estado dando
tumbos desde que me convertí en la mala oficial por tener un par de citas con
Matt, ya que él tenía novia. La verdad es que él me gustaba mucho más de lo que
pensé que llegaría a hacerlo. No se parece lo más mínimo a otros chicos con los
que he salido; aunque sabía que no estaba dispuesto a dejarlo con Alyssa, me
encontré enamorándome como una idiota. Cuando ella regresó y se reconciliaron,
volví a la vida de juergas salvajes para tratar de evitar que las buenas
noticias acerca de ellos dos no me alcanzaran. He de decir que no sirvió para
nada: me enteré igualmente de su compromiso y poco después me presenté como una
cuba en un baile benéfico en una mansión de campo de Londres. Aunque no
recuerdo demasiado de mi lamentable espectáculo y de algún modo no hay más que
un vídeo en YouTube, tuve que hacer trabajo comunitario durante dos meses y
someterme a terapia para dejar el alcohol. No fue demasiado apropiado, en
resumen.
El trabajo comunitario
que tuve que hacer fue ayudar en una guardería especializada en niños con
problemas. Como quedó bastante claro que los niños no son lo mío, la directora
me puso a hacer tareas más de secretaria, tipo hacer fotocopias y preparar
café. Fue la primera vez en mi vida que trabajé de verdad, y el esfuerzo de
madrugar y someterme a una rutina, aunque al principio fue una verdadera
tortura, demostró ser muy beneficioso. Me sentía mucho más lúcida de lo que
había sido en mucho tiempo, aunque durante las primeras semanas mi mayor miedo
era que las noticias de mi transgresión llegasen a mi padre, no pareció suceder
nada, ya que durante mis conversaciones con Skype con Nueva York nada se salió
de lo normal. No les oculté a mis padres mi paso por el trabajo comunitario,
pero les dije que eran unas prácticas obligatorias de la Universidad, cosa que les
sorprendió un poco, ya que les constaba que hacía como un año que no pisaba las
aulas, pero parecieron alegrarse de que la hija pródiga se enderezase.
Sin embargo, aunque
estuviese comportándome un poco más como una persona normal, seguía pensando en
Matt. Lo más duro no era que él fuese a casarse, sino la idea de que, sin duda
alguna, no me dedicaba ni un minuto de sus pensamientos cuando él era lo único
en lo que yo podía pensar. Eso y que yo seguía siendo la mala de la película,
con la mayoría de las chicas del bloque mirándome con desdén. Yo tenía el
corazón roto, pero al parecer no tenía derecho ni a eso porque, a fin de
cuentas, había sido yo la aspirante a robanovios.
Cerca de un mes
después de mi descalabro público en el baile benéfico, cuando barría el patio
de recreo mientras los niños estaban en clase, oí que llamaban mi nombre desde
la verja:
-¿La señorita
Sforza?
Lo primero que
pensé fue: “Genial, un papparazzi”.
Me giré y vi a un
tipo rubio y de ojos azules, increíblemente guapo e increíblemente conocido:
Magnus Oxenstierna, un aristócrata sueco igual de crápula que yo y al que no
había visto en persona jamás, a pesar de vivir en el mismo edificio que yo.
-La misma –respondí
a su pregunta.
Él esbozó una
sonrisa irresistible. Allí, en medio de la calle, comprendí por qué estaba
siempre entre los más deseados en las revistas del corazón.
-Había oído que te
habían puesto a hacer trabajo comunitario y me dije que eso tenía que verlo con
mis propios ojos.
Así que, además de
guapo, era un imbécil. Y yo allí, volcando el contenido del recogedor en la
papelera del patio de la guardería.
-Pues ya lo has
visto. Puedes marcharte.
Él rió entre
dientes.
-Sabes, antes
incluso de verte liarla en el baile, ya había oído hablar de ti.
Hice un mohín de
desagrado.
-Sí, mucha gente ha
visto ese vídeo.
-No, yo vi la
versión en directo –cuando dijo eso, le miré de refilón, y añadió-. Yo también
estaba en aquel baile por requisito familiar. Estaba siendo infumable hasta que
apareciste tú. Así que gracias. Me gustaría invitarte a tomar algo como
agradecimiento.
Hizo un gesto con
la cabeza indicando el pub de la esquina, al que las profesoras de la guardería
iban a veces después de cerrar y en el que el psicólogo con el que iba a
terapia me había prohibido terminantemente poner un pie. Fue un fugaz instante
de tentación, pero sacudí la cabeza y repliqué:
-Ya no bebo –vi por
el rabillo del ojo el gesto sarcástico de su sonrisa y añadí-. Temporalmente,
al menos.
-Puedes tomarte un
refresco. Vamos… que no muerdo.
Me mordí el labio
inferior. No era fácil darle largas a aquel tipo. Y a decir verdad, mi espíritu
aventurero me pedía a gritos que me acercase a Magnus y dejase que algo muy
loco sucediese. No había habido ningún hombre en mi vida desde Matt, y de eso hacía
más de un año.
Pero si esperaba
que sucediese algo incontrolable y apasionado, me llevé un chasco.
Magnus me explicó
más tarde, en otro pub a un par de manzanas (no quería que me vieran con él las
profesoras de la guardería), que buscaba a una chica con la que dar el perfil
de un tipo con novia. Ante mi pregunta de por qué no se buscaba una novia de
verdad, me respondió que no había conocido aún a nadie que le interesase lo
bastante, pero necesitaba dar a entender a su familia que se había reformado
para que no le cerrasen el grifo. Yo no acababa de entender cómo la hija de un
mafioso iba a servir a sus propósitos, pero él aseguró que era tal su estatus
de oveja negra entre los Oxenstierna, que sus padres no se fijarían en pequeños
detalles como aquél. ¿Y qué ganaba yo?, le pregunté. Lo mismo, según él: cuando
las noticias de mi irrupción en el baile benéfico llegasen a oídos de mi padre,
y lo acabarían haciendo, yo aparecería ante sus ojos totalmente reformada, con
un novio estable que, además, era de la aristocracia. Podríamos incluso dar una
entrevista o dos manifestando cómo nuestro amor nos había rescatado de aquella
vida descontrolada por la que ambos nos habíamos destacado. Lo cual no quería
decir, por supuesto, que fuésemos a dejarla de
verdad. Sólo nos mantendríamos fuera del radar durante una temporadita.
Eso fue hace cinco
meses.
Fingir ha resultado
muy fácil. Tanto, que, como una idiota, he empezado a enamorarme de este
caradura.