Poco antes de hacerme famosa, mi mánager
por aquel entonces me recomendó mudarme a un barrio a las afueras, muy
exclusivo, en el que vivían un buen montón de famosos. La zona, respaldada con
un eficiente equipo de seguridad privada, aseguraba no sólo que me rodease un
aura de glamour de lo más interesante para mi recién adquirida visibilidad
pública, sino también una férrea protección de mi intimidad. Después de que
aquel depravado entrase en mi casa en verano del 2011, las recomendaciones de
mi mánager demostraron no ser de mucha ayuda. Por eso me cambié a una zona de
clase media-alta, más corriente, en la que vivo actualmente. En estos cuatro
años me lo he pasado estupendamente codeándome con estudiantes, profesionales y
modelos de vida discreta, pero cuando volví de Mónaco y comencé a enterarme de
los rumores de que alguien muy famoso, es decir, más que yo, iba a instalarse
en el edificio contiguo, me eché a temblar. Venía de Montecarlo deseando
entregarme a un período de tranquilidad, y no estaba segura de que fuera a ser
posible.
Poco
después de su mudanza, me encontré con Cora y Shannon en el rellano. Tras intercambiar
las típicas fórmulas de cortesía y algunos comentarios acerca de mi álbum en
vivo, la conversación se desvió hacia el tema más candente del edificio: la
presencia de la poetisa de moda, Iris Marble, entre nosotras. Aparte de la
presencia de algunos periodistas de lo más persistentes apostados junto a la
puerta del bloque, la rutina de las inquilinas no se había alterado en lo más
mínimo, y es que, aseguraba Shannon, que había tenido oportunidad de charlar
con Lena, la hermana y agente de Iris, a pesar de su fama explosiva, la poetisa
prefería centrar sus energías en la composición de su nuevo libro de poemas que
en las sesiones de fotos, de ahí la discreción.
La conversación me
dio una idea, así que volví a mi apartamento, cogí el teléfono y encargué una
cesta de regalo con vino espumoso, chocolates y otras exquisiteces. La hice
entregar en mano a las gemelas con una tarjeta de mi puño y letra dándoles la
bienvenida al bloque de apartamentos, y deseando que fuéramos buenas amigas.
La respuesta no se
hizo esperar: Lena me invitó a tomar un cóctel en su casa apenas unos días más
tarde. Me presenté allí puntual como siempre, y tras las presentaciones de
rigor, les planteé con tono desenfadado una pregunta que, esperé, despertaría su
interés:
-¿Qué creéis que
pasaría si una cantante de moda uniese fuerzas con la poetisa más cotizada del
momento?
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