viernes, 16 de diciembre de 2011

Una visita a la española. Segunda parte

         Mi primer instinto cuando vi aparecer a mis padres y a mi abuela en el aeropuerto fue agachar la cabeza y salir corriendo. Desafortunadamente, ellos me vieron antes y empezaron a gritar y a gesticular por si acaso me habían pasado desapercibidos, aunque mi madre había decidido convertirse en un subrayador andante llevando una trenca de color rojo brillante sobre un jersey verde manzana que era todo un atentado. Honestamente, me sorprendió que no les hubiesen parado en aduanas… pero casi mejor, porque ninguno de ellos habla ni media palabra en inglés y me tocaría a mí ir a sacarles las castañas del fuego. Casi puedo ver las caras de los policías, ésas que ponen cada vez que se topan con españoles paquete, que no son pocas.
         Por supuesto, todo el aeropuerto se ha enterado ya de dónde vienen. Sólo los españoles armamos tanto escándalo.
No me queda más remedio que acercarme a ellos y dejar que me besen como si no hubiera mañana. Por suerte deben estar acostumbrados a las muestras de amor en público propias de los españoles, y a nadie parece extrañarle.
—Estás muy delgada —mi madre me coge de la cara y me mide con la mirada—. ¿Comes bien?
—Ya sabes que la comida en este país es un asco, María —rezonga mi padre, que tira con gran esfuerzo de tres maletas.
—Vendrás por Navidad, ¿no? —Pregunta mi abuela.
Me pregunto con qué les habrá chantajeado para que la dejen venir. Mi abuela materna, Juli, tiene bastante mal humor, y los miembros de su propia familia cada vez tratan de espaciar más los turnos para invitarla a su casa, a lo mejor por eso mi abuelo Juan pasa los días enganchado al Carrusel Deportivo. Al final casi siempre están en su piso, que está encima del nuestro, y mi madre va a verles todos los días.
—¿Me habéis traído mi guitarra? —Intenté fingir que no era lo que más me importaba, pero he fallado miserablemente.
Mi padre frunce el ceño y me tiende la funda negra que contiene mi preciado instrumento. La abrazo como si fuera mi novio.
—¿Vamos a tu piso? —Propone mi madre.
Creo que me he puesto pálida como la cera, pero acierto a preguntar:
—Vosotros dormís en un hotel, ¿no?
—Pues claro, tranquilízate —mi madre alza las cejas con aire de sospecha—. Sólo queremos ver dónde estás viviendo.
Ah, claro, se trata de eso. Menos mal que Mina y Sia ya están sobre aviso. Con las mismas, cogemos un taxi y salimos en dirección a casa.
Prefiero no dar detalles sobre el trayecto. Resulta que el taxista era de Murcia y se dedicó a charlar durante todo el viaje acerca de las fiestas de la patrona, los equipos de Segunda A y otras cosas de las que ni me enteré porque preferí desconectar. Estaba haciéndome a la idea de que mi madre iba a hacer una inspección por toda la casa buscando alguna clase de prueba incriminatoria con la que obtener una licencia para llevarme de vuelta a casa, mientras que mi padre y mi abuelo se sentarían en el sofá para oír, que no escuchar, las quejas que tuviera mi abuela acerca de cualquier cosa, y cuando digo cualquier cosa, me refiero a todo. Así, en general.
Y eso fue precisamente lo que pasó, en pocas palabras. Pero además, según llegaron al piso, mi madre abrió una de sus maletas y empezó a sacar comida. Montones de comida. Fiambres, tarros de legumbres, un queso (¿y cómo demonios piensan que voy a cortar yo un queso?), conservas y hasta un tupper con filetes empanados dentro.
—¿Y esto qué es, para cuando me vaya de acampada? —Pregunté.
—Todos sabemos lo mal que comen los ingleses —resolvió mi madre.
—Mamá… —empecé a decir, pero me detuve porque no merecía la pena. Si se le había metido en la cabeza que los ingleses comen mal, no tenía ningún sentido que le explicase que los filetes empanados eran la base de mi dieta. Me limité a darle las gracias por esos filetes reblandecidos después del viaje en avión, además de guardar el resto de la comida. Sí, me quejo mucho, pero en realidad las provisiones me vinieron genial.
Pero lo más importante de todo es que me trajeron mi guitarra. La dejé a buen recaudo en el apartamento y por desgracia no pude volver a ponerle la mano encima hasta que se volvieron el domingo por la tarde, ya que me tocó hacer de guía turística por la ciudad con los cuatro, y apenas pisé por casa. Eso sí, desde entonces, ¡no me despego de ella!

3 comentarios:

  1. Que historia tan divertida, siempre consigues describir las escenas tan bien que parecen una película en mi cabeza. Impresionante,como siempre! Bss!

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  2. Hola: la redacción es perfecta y es tan real. Hace 10 años cuando fui a Londres cogí un taxi en el aeropuerto y era de Orense. Yo soy de Santiago!!! Pobre de mí porque quería practicar inglés y al final nos pasamos todo el trayecto hablando en español... En el hotel más de lo mismo... Menudas risas... Me encanta cuando describes el diálogo de tu madre sobre tu apartamento y la comida que te traen.... Enhorabuena y seguimos en contacto de blog a blog

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  3. Muchas gracias! Me lo paso muy bien escribiendo y me alegro de que vosotras disfrutéis leyendo ;) Un beso!

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