No me gusta nada
hacer entrevistas de trabajo. Cuando estaba en América trabajé en una tienda de
accesorios y en el McAuto de un McDonald’s para sacarme un dinero extra y puedo
asegurar que el proceso a entrar en un puesto de trabajo es una verdadera tortura.
Te esfuerzas al máximo para gustar a unos perfectos desconocidos que están
aburridos de ver a gente como tú y a los que les trae sin cuidado que no tengas
donde caerte muerta pero que responden a tus peroratas acerca de tus
habilidades que sin duda te llamarán… y nunca llaman. Bueno, a veces te
responden que lo sientes mucho, pero que tu solicitud no ha tenido éxito, y
tienes que volver a la casilla de salida.
Cuando me llamaron
para ir a una entrevista en Godiva, había pasado por ese proceso unas cuantas
veces. Aunque el señor Stark me había asegurado que no era necesario que
trabajase, que él se encargaría de costear mis estudios y de darme todo lo que
necesitara, no me gustaba la idea de vivir del padre de mi amiga. No conseguí
hacerle ceder con el tema de los estudios, pero al menos para mi dinero sí que
quería ser independiente.
Pero aunque no
tuviera prisa, las repetidas negativas comenzaron a minar mi autoestima. Había
pasado casi una semana desde que recibí el último correo electrónico en que se
rechazaba mi candidatura para trabajar en una tienda de ropa cuando me llamaron
para una entrevista en una de las tiendas que Godiva iba a abrir en Londres antes
de Navidad.
Tuve que reunir
toda mi fuerza de voluntad para presentarme a la entrevista poniendo buena cara
y demostrando lo interesada que estaba en unirme a la marca, cosa que era
cierta. Siempre he sido una gran fan de Godiva y me apetecía muchísima empezar
a trabajar en Londres precisamente para ellos. Era una marca de prestigio que
quedaría muy bien en mi currículum.
Al volver de la
entrevista, Darcy y yo preparamos la cena. Su padre iba a pasar un par de
semanas en Londres y a ella le apetecía prepararle una especie de bienvenida…
El caso es que acabamos haciendo enchiladas, que el señor Stark aseguró que
eran excelentes, y nos contó batallitas de su época de multimillonario
irresponsable (cosa que seguía siendo, en realidad), como aquella vez que
despidió al piloto del coche de carreras que su empresa había subvencionado y
lo condujo él en el Gran Premio de Mónaco.
Recibí la nueva
llamada una semana más tarde. Estaba durmiendo cuando mi teléfono móvil comenzó
a sonar, pero se me abrieron los ojos de par en par cuando oí al otro lado del
auricular:
-¿La señorita
Pryce? Le llamo de Godiva.
El corazón me
empezó a latir muy fuerte en el pecho.
-Soy yo –acerté a
responder.
-Me congratula
comunicarle que ha sido admitida para unirse a Godiva.
Si no hubiera
estado tumbada en la cama, me habría caído al suelo. De todas formas, no sé cómo
no me desmayé.
La chica con la que
hablé pasó los siguientes minutos explicándome dónde tendría lugar mi training
y la ropa que debía llevar. Tuve que salir de la cama para hacerme con una
libreta en la que apunté todo lo necesario. Cuando colgué el teléfono, no me lo
podía creer. Fui corriendo a despertar a Darcy y casi chillé:
-¡No vas a creerte
lo que me ha pasado!