En cuanto ha
dejado de llover he convencido a Sy para que fuésemos a airearnos un poco.
Llevábamos más de dos meses en los que se intercalaban lluvia y niebla, y lo
más parecido al deporte que podíamos hacer era jugar al golf con la Wii, y eso
es muy aburrido. Cuando me levanté por la mañana y vi que apenas había unos
jirones de niebla en lo alto de las farolas, decidí que era mi momento, y en
cuanto me encuentro con Synnöve en el instituto le propongo que vayamos a jugar
al béisbol.
—¿Béisbol? —Me
pregunta.
—Es mi deporte
favorito —replico.
—¿Lo echas de
menos?
—Sí… desde que se
fueron Dan y Oliver ya no juego tanto como antes.
Daniel y Oliver
son mis hermanos mayores, que no viven en casa. Dan trabaja en un astillero en
el norte y Oli está en Stanford con una beca, así que apenas les veo, y les
echo muchísimo de menos. Fueron ellos quienes me enseñaron a jugar al béisbol y
al fútbol, y antes de que se marchara Dan a la Universidad, jugábamos casi
todos los días.
—¿Y dónde has
planeado que juguemos? —Pregunta Sy.
Nos encaminamos
al laboratorio de Ciencias, donde vamos a diseccionar… algo. Una cosa que
estaba viva. Prefiero no saber más detalles, pienso hacer lo imposible por
escaquearme.
Como me la
conozco, voy esquivando:
—No en los
terrenos del insti, desde luego. Tienen las instalaciones hechas un asco.
Ella hace un
ruido gutural. Las instalaciones deportivas le dan lo mismo, pero los chicos de
los equipos de fútbol, baloncesto y rugby del instituto son lo más insufrible
que hay sobre la faz de la Tierra. Se creen que viven en una peli americana y
se dan unos aires que dan asco.
—Por eso he
pensado que podemos ir a los campos que hay dos manzanas por debajo de tu casa.
Me muerdo el
labio inferior en silencio. A Sy le gusta estar lo más lejos posible de su
malvada hermana (es un decir), así que siempre que quedamos vamos por el
centro. Nunca he estado en los campos deportivos que hay en su barrio, pero
tienen muy buena pinta. Me apetece probar.
Le lanzo una
mirada cargada de duda. De ella depende que vaya acompañada o no.
—Vale —responde
ella.
Podría dar
saltos. Tomamos asiento en el laboratorio. El profesor Fincher acaba de entrar,
así que bajo la voz para preguntarle:
—Genial, ¿vamos a
tu casa primero?
—Sí, tendré que
coger mi ropa de deporte.
El profesor
Fincher nos llama la atención por hablar, y como castigo nos encarga repartir
entre las mesas el sujeto de nuestra disección: un enorme besugo.
Creo que no
comeré pescado nunca más.
Los campos de
deportes del barrio de Synnöve están situados junto a un parque infantil, una
zona acondicionada para el skate y
una larga avenida arbolada para pasear. En realidad, les llamamos campos de
deportes cuando son dos rectángulos de medidas estándar rodeados de verjas, uno
de hierba y otro de cemento, este último con soportes para redes de tenis y
voleibol. Por suerte no hay nadie todavía, así que nos adueñamos del campo de
hierba dejando nuestras bolsas en una esquina. Yo he traído el bate, el guante
y la pelota, aunque en realidad poco béisbol vamos a jugar siendo sólo dos.
Pero bueno, es mejor que nada.
—¿Te importa si
bateo yo? —Le pregunto.
—Claro que no. Yo
te lanzaré la pelota, aunque no te prometo hacerlo bien —dice Sy con media
sonrisa.
Separándonos unos
metros, me coloco en posición de batear y me concentró. Synnöve hace retroceder
el brazo en un arco perfecto y me lanza la pelota, que golpeo sin dificultad,
enviándola al otro extremo del campo.
—Buen lanzamiento
—la elogio. Es verdad, no ha estado mal.
Ella hace una
mueca.
—Tu golpe ha sido
mejor.
—Tengo mucha práctica
—me encojo de hombros.
—Supongo que esto
es vuestro.
Nos giramos hacia
un chico que se acerca llevando mi pelota en la mano.
—Sí, gracias —la
recoge Sy.
El chico,
bastante guapo, por cierto, sopla su flequillo rubio para apartárselo de la
cara. Lanza a mi amiga una mirada inquisitiva antes de preguntarle:
—¿Nos conocemos
de algo?
—Somos vecinos —responde
ella, concisa. Sé que, desde que le pasó lo de su ex, antes de conocerla, trata
a los chicos con pinzas.
—¿En qué piso
vives? —Pregunta él.
—En el tercero.
—Yo estoy en el ático.
Me llamo Evan —le tiende la mano y Synnöve se la estrecha—, Evan Jameson.
—Yo soy Synnöve
Bolton —en ese momento parece reparar en mi existencia, ya que añade—, y ella
es Quinn Gray.
—Hola —le saludo,
pero es inútil. Evan sólo tiene ojos para Synnöve.
Un grupo de
chicos espera a Evan, y le hacen aspavientos para que vuelva con ellos. Después
de asegurarle que no ocuparemos la pista toda la tarde, se marcha con ellos.
—Bueno, ¿seguimos
jugando? —Le pregunto a Synnöve.
Pero me quedo de
piedra cuando ella asiente con la cabeza con expresión ausente. Por primera
vez, un chico la ha dejado sin palabras. Esto sí que es nuevo.
Primero Prue, luego Rita... y ahora Sy!!! Este chico es una bomba!!! No deberían dejarlo suelto por ahí, va rompiendo corazones sólo con su mirada... Espero que a Sy no le rompan el corazón. Ya echaba de menos tus historias, genial como siempre. Bss!
ResponderEliminarEs que Evan es mucho Evan, ya sabíamos que este chico había llegado a Dolls Crazy House para revolucionar los corazones de las chicas! Me alegro volver a leerte, besitos!
ResponderEliminarHola: muy buena historia. Evan da el perfil de playboy... creo que lo de Sy fue amor a primera vista. Seguimos en contacto de blog a blog
ResponderEliminarHe estado un poco descolgada, pero espero recuperar el ritmo. ¡Gracias a todos por comentar!
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