jueves, 30 de abril de 2015

Sabrina tiene un plan

Poco antes de hacerme famosa, mi mánager por aquel entonces me recomendó mudarme a un barrio a las afueras, muy exclusivo, en el que vivían un buen montón de famosos. La zona, respaldada con un eficiente equipo de seguridad privada, aseguraba no sólo que me rodease un aura de glamour de lo más interesante para mi recién adquirida visibilidad pública, sino también una férrea protección de mi intimidad. Después de que aquel depravado entrase en mi casa en verano del 2011, las recomendaciones de mi mánager demostraron no ser de mucha ayuda. Por eso me cambié a una zona de clase media-alta, más corriente, en la que vivo actualmente. En estos cuatro años me lo he pasado estupendamente codeándome con estudiantes, profesionales y modelos de vida discreta, pero cuando volví de Mónaco y comencé a enterarme de los rumores de que alguien muy famoso, es decir, más que yo, iba a instalarse en el edificio contiguo, me eché a temblar. Venía de Montecarlo deseando entregarme a un período de tranquilidad, y no estaba segura de que fuera a ser posible.

         Poco después de su mudanza, me encontré con Cora y Shannon en el rellano. Tras intercambiar las típicas fórmulas de cortesía y algunos comentarios acerca de mi álbum en vivo, la conversación se desvió hacia el tema más candente del edificio: la presencia de la poetisa de moda, Iris Marble, entre nosotras. Aparte de la presencia de algunos periodistas de lo más persistentes apostados junto a la puerta del bloque, la rutina de las inquilinas no se había alterado en lo más mínimo, y es que, aseguraba Shannon, que había tenido oportunidad de charlar con Lena, la hermana y agente de Iris, a pesar de su fama explosiva, la poetisa prefería centrar sus energías en la composición de su nuevo libro de poemas que en las sesiones de fotos, de ahí la discreción.

La conversación me dio una idea, así que volví a mi apartamento, cogí el teléfono y encargué una cesta de regalo con vino espumoso, chocolates y otras exquisiteces. La hice entregar en mano a las gemelas con una tarjeta de mi puño y letra dándoles la bienvenida al bloque de apartamentos, y deseando que fuéramos buenas amigas.

La respuesta no se hizo esperar: Lena me invitó a tomar un cóctel en su casa apenas unos días más tarde. Me presenté allí puntual como siempre, y tras las presentaciones de rigor, les planteé con tono desenfadado una pregunta que, esperé, despertaría su interés:

-¿Qué creéis que pasaría si una cantante de moda uniese fuerzas con la poetisa más cotizada del momento?

Como esperaba, me hice con toda su atención.

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