Me ha costado un
horror convencer a Prue de que no se enfade con Leah, porque tiene razón. Al
menos ella ha sido capaz de decirle lo que piensa… A mí me cuesta un horror.
Por lo menos, después de unas semanas, se le ha pasado un poco el cabreo y se
ha plantado conmigo en la biblioteca de la facultad, donde nos hemos encontrado
a nuestra amiga escrutando un viejo pergamino de aspecto sospechoso. A Prue se
le olvida que iba a pedir disculpas cuando comienza a husmear por encima del
hombro de Leah.
—¡Prue! —La
reprendo.
—¿Qué es eso,
Leah? —Pregunta mi amiga, pasando de mí.
—Es un pergamino
realizado en papel de arroz. Es japonés, del siglo XVII, aproximadamente. Tengo
la sospecha —baja la voz— de que está hechizado.
Prue y yo
intercambiamos una mirada. Si Leah lo sospecha, seguramente lo esté.
—¿Con qué clase
de hechizo? —Inquiere Prue, como una verdadera entendida (que no lo es).
Leah suspira,
recoge sus cosas y dice:
—Vamos.
La seguimos a
hurtadillas hasta la salida de la biblioteca. Adivino en su actitud que ha
perdonado a Prue.
—He estado
estudiando el pergamino durante semanas, desde que lo compré por dos perras a
un anticuario. No tiene ilustraciones, así que artísticamente no vale gran
cosa, y las inscripciones son fórmulas que podrían pasar fácilmente por
oraciones budistas.
—¿Hablas japonés?
—Pregunta Prue, admirada. Yo tampoco sabía eso de Leah—. Pero, oye, si no son
oraciones, ¿qué son?
—Conjuros —responde
Leah con aplomo—. Maldiciones y conjuros de encierro. Parece una recopilación
de hechizos bastante poderosos. Al principio pensé que se trataba de una
especie de catálogo de artes mágicas, pero ya no lo tengo tan claro. Creo que
el pergamino en sí mismo está hechizado, y estoy estudiando cómo romper el
conjuro.
La idea me
alarma:
—¿Y si esos
hechizos sirven para contener a un demonio o algo por el estilo?
—Lees demasiados
cómics manga, Clary —desestima mis palabras Prue, a todas luces demasiado
emocionada con la idea.
—No creas que no
he pensado en eso. Antes de realizar el ritual, sellaré la habitación donde lo
lleve a cabo.
—¿Y ya has
pensado dónde hacerlo? ¡Porque mi casa está disponible!
La idea me deja a
cuadros. Me parece que a Prue se le olvida a veces que vive con su hermana. Y
no veo yo a Alyssa muy por la labor de permitir que Leah entre en su casa,
llene las esquinas de sal y se ponga a salmodiar en algún idioma raro. Pero
Prue insiste, dice que su hermana está pasando unos días en el sur de Francia
con su novio y, no sé cómo, convence a Leah.
Al día siguiente,
nuestra amiga se presenta en el piso de Prue con una maleta trolley y su pergamino bajo el brazo. Le
lleva cerca de una hora cambiarse (y nos explica, muy ufana, que su atuendo
para el ritual se lo compró en Tahití) y acondicionar el salón para llevar a
cabo el ritual, pintura en el suelo incluida. Espero que salga con facilidad,
porque sigo pensando que a Alyssa no le va a hacer ninguna gracia, y eso que es
un encanto…
Tal y como
sospechaba, Leah se pone a salmodiar rodeando el pergamino, y por suerte, no
nos pide que la imitemos, porque Prue está demasiado emocionada y yo me estoy
mareando con el humo de las velas. Porque hay demasiado humo… y cada vez es más
denso, hasta que me doy cuenta de que está saliendo… ¡del pergamino!
—¿Puedo abrir la
ventana, Leah? —Pregunta por fin Prue, entre toses.
—Sí, hazlo —oigo
su voz ahogada entre la densa humareda.
Poco a poco, el
humo se va disipando… y me cuesta creer lo que ven mis ojos, pues al lado de
Leah se encuentra un samurai, un samurai de verdad, ataviado con unas
estrambóticas ropas. Cuando separa los labios, sólo salen palabras en japonés,
y nos miramos con gesto extrañado. No sé qué nos esperábamos, a decir verdad.
Por suerte, Leah reacciona con rapidez, y extiende sus dedos hacia el samurai
mientras murmura un conjuro. Él espera pacientemente, y cuando vuelve a hablar,
lo hace en nuestro idioma:
—Os agradezco,
augusta hechicera, que me hayáis liberado de mi confinamiento en el Pergamino
de los Siete Secretos. ¿Podría conocer el nombre de mi benigna salvadora?
Leah asiente con
la cabeza antes de responder:
—Me llamo Leah
Rogers, y ellas son mis amigas Prue Deveraux y Clary Kent. ¿Cómo te llamas tú?
—Mi nombre es
Kuzunoha Taiki Hirato, y soy un samurai exorcista del Clan Kuzunoha, de la
provincia de Kazusa. ¿Podríais decirme, dama Leah, en qué tiempo y lugar me
hallo?
Prue me da un
codazo en el abdomen. Creo que sé lo que significa: probablemente nuestro
samurai va a llevarse una ingrata sorpresa.
Hola: nunca mejor dicho el samurai les aparece como por arte de magia... Qué intriga. Seguimos en contacto
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario! Ya tardaba en aparecer la magia en mis historias... ¡Iréis sabiendo más!
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