La cara de la pobre
Darcy es un poema. Deduzco que su padre no le había contado que se puso en
contacto conmigo para contarme que se mudaban a Inglaterra y que, si quería, me
pagaba los estudios allí para que no tuviera que separarme de mi mejor amiga. Por
eso estoy en su salón con mi equipaje aunque son casi las ocho de la noche, una
hora intempestiva para presentarse en casa de cualquiera. Supongo que el hecho
de que este ático de lujo vaya a ser también mi casa a partir de ahora hace que
lo de la hora no sea para tanto.
Darce suelta el
secador encima de una de las mesitas auxiliares y serpentea entre mis maletas
para darme un abrazo.
-No quiero sonar
grosera, pero, ¿qué haces aquí? –Pregunta. Suena tan emocionada que resultaría
imposible que me lo tomara mal.
-Darte una sorpresa
–respondo-. Tu padre, tu nuevo padre, se puso en contacto conmigo. Me contó que
os mudabais y me propuso que viniera a vivir con vosotros. Comentó que él tiene
que viajar mucho por trabajo y que no quería que te sintieras sola en un nuevo
país.
Ella toma asiento
en el borde del sofá más cercano.
-Uau –dice, y
aunque parece impresionada, comenta-. Eso es increíblemente egoísta por su
parte. Es decir, me alegra que hayas venido, me hace muchísima ilusión, pero no
puedes ir por ahí diciéndole a la gente que cambie su vida entera por ti.
La verdad es que yo
también lo pensé cuando me llamó, pero no le puse pegas, y de hecho, ni
siquiera le dediqué demasiado tiempo a esa reflexión: en mi caso particular, la
oportunidad de mudarme a Londres es demasiado tentadora. Aquí podría dejar de
estudiar Filología para centrarme en el Diseño de Moda, algo de lo que mis
padres no quieres ni oír hablar. Dudo que el señor Stark, en cambio, tenga
problemas con mi elección de estudios.
-Supongo que eso
explica la habitación de invitados tan personalizada… ¿Te puedes creer que no
me había contado nada?
-Quería que fuera
una sorpresa. Insistió mucho en ese punto.
Darcy asiente con
la cabeza.
-Ya veo. Bueno,
ahora tendré que llamarle –suena como si fuera un gran esfuerzo para ella, y al
mirarla con gesto interrogante, me explica-. Aunque sepa que es mi padre, en
gran medida sigue siendo un desconocido. Me resulta extraño llamar por teléfono
a una de las personas más ricas del mundo como si nada. De hecho, me resulta
extraño tener su número de teléfono.
No puedo reprimir
una sonrisa.
-Bueno, mujer, date
tiempo. A mí también se me hace raro. Lo superaremos.
-Tienes razón,
Connie. Ahora estamos juntas, y podemos conseguirlo todo, ¿no es cierto?
Asiento
vigorosamente con la cabeza. Claro que podemos.