Las nueve chicas me miran como si acabase de salir de una nave espacial, pero en fin, tampoco es que sea la primera vez. Y Pam reacciona enseguida:
—¡Savannah!
Se acerca a mí ante los atónitos ojos de la rubia que me ha abierto (cuya sorpresa parece haberse trasladado a la manera que tiene Pam de caminar sobre los tacones de aguja sin que parezca un deporte de riesgo, pero en fin, son gajes del oficio. Mi amiga hace amago de besarme en las mejillas a modo de saludo, pero es el aire lo que besa, como siempre.
—¿No vas a presentarme a las presentes? —Le pregunto, porque la conozco lo suficiente como para saber que es capaz de ponerse a contarme su vida aunque fuese el mismísimo Barack Obama el que está en el lugar de las chicas que siguen con cara de sorpresa total.
Pam lanza una ojeada a las asistentes y a continuación coge el testigo como anfitriona del evento, aunque me consta que este apartamento no es el suyo. Señala a una jovencita de cabello castaño rojizo y dice:
—Ésta es mi hermana pequeña, Synnöve. ¿No es un encanto? —Lo dice como si fuera un yorkshire, pero en fin, Pam es así. Synnöve parece tenerlo asumido también, ya que la mirada de fastidio que le lanza es relativamente suave. Pam prosigue señalando vagamente a dos chicas de cabello castaño—. Y ésas son Alyssa y Prue, mis primas. Aquélla es Clary, una amiga de Prue. Ah, y estas dos chicas son unas estudiantes de Erasmus. Ella es Mina —una de ella, con tirabuzones pelirrojos, me saluda— y ésa es Sia.
Tengo la sensación de que se ha olvidado de alguien, pero afortunadamente no hace falta que se lo señale, ya que se oye un carraspeo. Pam se gira despreocupadamente, como si no fuera con ella, y entonces repara en las dos mujeres que hay junto a la puerta aún abierta.
—¡Oh! —Exclama—. Es cierto, casi lo olvido. Savannah, ellas son Eden y Andrea, las dueñas de esta casa. ¡Has llegado justo a tiempo para unirte a la fiesta!
—Sí, eso parece —suspiro. A continuación, y viendo que Pam no puede esperar a ponerme al día, anuncio a las demás—. Soy Savannah Johnson.
—¿Eres modelo? —Pregunta tímidamente Clary.
—Sí —respondo, y prefiero no entrar en detalles.
No me he marchado de Estados Unidos para que ahora me vayan reconociendo en todas las esquinas. He pasado por el Heathrow con bastante éxito en ese sentido. Unas gafas de sol bien grandes siempre ayudan.
Pam y yo nos sentamos en uno de los sofás del salón, y poco a poco, las demás retoman sus conversaciones. Sólo Andrea se acerca para preguntarme si quiero algo de beber.
—¿Martini, podría ser? —Pregunto.
—Claro —responde la anfitriona, con una radiante sonrisa.
—¡Yo quiero otro! —Se apresura a añadir Pam.
Le lanzo una ojeada a su copa de cerveza y la llamo al orden, como en los viejos tiempos:
—Acábate eso primero.
—Está bien —suspira.
Por el rabillo del ojo veo que sus familiares están atónitas. No es la primera vez que veo esa expresión, sé de sobra lo ingobernable y caprichosa que puede llegar a ser Pam, pero sólo hay que tener paciencia para aguantarla. Mucha, en realidad.
Hace girar su copa en su mano por la parte inferior, como un disco reproduciéndose. Sólo cuando Andrea me ha traído mi Martini dice con voz queda:
—Leí lo tuyo con Martin.
—¿En la prensa? —Le pregunto.
Ella asiente con la cabeza, y yo cierro los ojos con fastidio.
—No fue fácil, y toda esa publicidad no hizo sino empeorarlo —le confieso.
—Ya me lo imagino. Algunos periodistas se han empeñado en convertirte en Naomi Campbell número 2, no creas que no me he dado cuenta —Pam se cruza de piernas.
—Pero no soy ni tan inestable ni tan histérica como ella, así que hacen todo lo posible por sacarme de mis casillas —añado—. En todo caso, la publicidad que le han dado al asunto ha repercutido negativamente en mi trabajo, y no pienso permitir que vuelva a suceder.
Ella mira con esa expresión que sólo ella sabe componer cuando sabe a lo que me refiero.
—¿Te han cancelado algún contrato?
—Un par de ellos.
—Menuda faena...
—Por suerte puedo seguir contando con Ray. Me quedaré en Londres hasta que empiecen los desfiles de la nueva temporada en París y Milán, y luego ya veremos —doy un sorbo a mi Martini—, aunque algo me dice que voy a pasar bastante tiempo en Europa.
—¿Y tu familia?
Me giro para observar a Pam mirándome de hito en hito. Ella sabe lo unida que estoy a mis padres y a mis hermanos.
—De momento tendrán que conformarse con las llamadas y el correo electrónico —respondo—, aunque Delilah ha empezado a sugerir que le gustaría venirse a trabajar a Londres. Ya sabes cómo es.
Normalmente mantengo el trabajo y la familia muy separados, pero Pam es la única que les ha conocido en persona. De hecho, conoce a mis padres, a mis tres abuelos, a mis tres hermanas, a mis dos hermanos y a algunos de mis sobrinos. Delilah, que nació justo después de mí, adora a Pam.
Mi amiga esboza una sonrisa.
—Si vives sola, podría hacerte compañía —sugiere.
Echo un vistazo en dirección a su hermana. No parece que Synnöve le haga mucha compañía a ella, pero Pam tiende a olvidar que las personas no suelen comportarse como mascotas. No siempre, al menos.
—A menos que planees buscar un sustituto para Martin. Hay muchos peces en el mar —deja caer.
Pero yo me niego:
—Me parece que voy a darle unas vacaciones al género masculino. Por lo que veo, no hay hombres viviendo en el edificio.
Sin embargo, Pam sonríe, enigmática.
—No cantes victoria tan rápido. Todavía quedan algunos apartamentos vacíos.
No puedo evitar lanzarle una mirada cargada de interrogantes. ¿A qué se refiere?