—Sabes, creo que deberíamos organizar un evento para dar la bienvenida a las Erasmus —Eden me lanza una mirada de las que gastan las madres de las películas y me veo obligada a añadir—. Está bien, yo no soy una veterana precisamente en esta casa, pero bien mirado, ninguna lo somos, ¿verdad?
Mi compañera de piso suspira. Di que tengo razón, di que tengo razón…
—Supongo que no. ¿Sólo llevas dos meses aquí y ya estás pensando en organizar un evento? —Me pregunta. Sonríe, pero tiene ganas de menear la cabeza, la conozco como si la hubiera parido.
—¿Y qué mejor manera de conocernos todas? Ya que somos pocas, al menos sabernos los nombres de todas, ¿no te parece? —Replico.
Eden se apoya en la mesa con gesto pensativo. ¡Ja! Sabía que lograría que se lo planteara, ¡minipunto para mí!
—¿Con quién piensas contar?
—Pues, ¡con todas! —Me siento en el poyete de la cocina impulsándome con las manos y empiezo a contar con ayuda de los dedos de la mano—. Tu amiga Alyssa, su hermana, su amiga, sus dos primas, las dos Erasmus, tú, yo… y a los de la cripta ya no sé si avisarles también.
Pero Eden no ha oído esta última parte; se limita a mirarme fijamente mientras se muerde el labio inferior. Finalmente, me pregunta, no sin sarcasmo:
—¿Eres consciente de que meter a Alyssa y Pam en la misma habitación es como hacer un cóctel de vodka y nitroglicerina?
—Pensaba que te gustaba el riesgo, Eden —la provoco.
Ella me mira enarcando las cejas.
—Sólo en lo que a los negocios se refiere. Pero la verdad es que, pensándolo bien, podría ser divertido. Después de todo, la enemistad entre ellas reculó a la guerra fría hace varios años. No tendrían por qué, digamos, tirarse de los pelos en una piscina de barro.
—Desde luego, mi idea de una fiesta no incluye la instalación de una de ésas —replico, chasqueando la lengua.
Eden saca una botella de Nestea de la nevera y da un sorbo directamente de la misma.
—Y además del proyecto de fiesta, ¿has pensado en algún otro detalle? La música, la comida...
—¡Claro que sí! He pensado que podríamos pasarnos mañana por el súper a comprar unas botellas de dos litros de refrescos, unos vasos de papel, servilletas...
—Y pan de molde para los sándwiches de Nutella, ¿no?
Comienzo a asentir con la cabeza, teniendo la sensación de que me ha leído el pensamiento, pero la sarcástica mirada de mi amiga me transmite que sólo me está tomando el pelo. Me encojo de hombros y digo:
—A mí me gusta la Nutella.
—Ya sabes que yo soy más de mantequilla de cacahuete, pero ése no es el tema, Andrea. Creo que tenemos una edad en que podemos permitirnos unas cervezas y unos canapés.
Frunzo el ceño en dirección a ella, porque sé que lo de la cerveza lo dice sólo para picarme, porque la odio. Pero en el fondo tiene razón, los sándwiches de Nutella se han quedado un poco desfasados. Me siguen encantando las fiestas infantiles, a lo mejor debería dejar la tele y montar un negocio relacionado con eso. ¡Así podría comer todos los sándwiches de Nutella que me venga en gana!
Eden vuelve a guardar la botella de Nestea y toma asiento en la mesa de la cocina. No sé de dónde ha sacado esa libreta y ese boli, pero sé exactamente para qué los quiere, así que me siento a su lado como una niña obediente antes de que llegue a pedírmelo.
—Bueno, hagamos una lista con las cosas necesarias para montar tu fiesta. Yo te ayudaré.
Cuando suena el timbre por primera vez, Eden sigue en el cuarto de baño, maquillándose, así que soy yo quien acude a abrir la puerta. Son las más puntuales, Mina y Sia, las dos alumnas de Erasmus, que me saludan tímidamente antes de atreverse a entrar. Ya en el vestíbulo, Sia me tiende un plato cubierto por papel albal. No resisto la tentación de levantarlo un poco para husmear su contenido, pero la alemana me informa:
—Es Apfelstrüdel, un postre típico alemán.
—¡Genial! Me encantan los pasteles –reacciono. La verdad es que, si no fuera por el azúcar espolvoreado por encima, parecería una empanada. Sé que no es de muy buena educación, pero pregunto igualmente—. ¿Y qué lleva?
—Está relleno de manzana —responde.
—¡Está muy bueno! —Añade Mina, con entusiasmo.
—Vaya, pues muchas gracias. Lo pondré en el comedor para que lo tomemos más tarde.
Las tres nos encaminamos allí, donde nos esperan las dos mesas rebosantes de comida y bebida. Quería poner globos y serpentinas, pero Eden no me dejó. Busco un hueco libre en la mesa y dejo ahí el apfel... apf...
—¿Cómo has dicho que se llamaba? —Me vuelvo hacia Sia.
Ella se ríe con un gesto muy dulce.
—Apfelstrüdel. Apfel es “manzana” en alemán. Puedes llamarlo strüdel para acortar.
—Casi mejor —admito—. Los idiomas no son mi fuerte.
Mientras estoy sirviéndoles unas cervezas, Eden sale por fin del cuarto de baño y se acerca a saludar a las chicas mientras el timbre vuelve a sonar, y soy de nuevo yo quien va a abrir. Esta vez son Alyssa, Prue y su amiga, a la que no conozco.
—Soy Andrea —me autopresento—, encantada.
—Clary —dice ella. Lleva un tocado adorable con forma de minichistera.
Las conduzco hasta el salón, más saludos, las que no se conocen se presentan... Alyssa no tarda en acercarse a Eden, y entre susurros (me cuesta mucho entender lo que dicen) le pregunta:
—¿Va a venir?
—Me temo que sí —responde Eden.
Alyssa pone en blanco sus bonitos ojos.
—Tenía la esperanza de que declinara la invitación por no tener suficiente glamour para ella, pero parece que era desear demasiado.
—Era perfectamente factible —Eden le ofrece una cerveza.
—Seguro que ahora aparecerá con una botella de champagne, pensando que eso va a salvarnos la vida...
Apenas ha terminado de decirlo cuando suena el timbre. Eden y Alyssa se miran, luego me miran a mí y no me cabe la menor duda de que tengo que abrir yo la puerta. En el salón se hace un silencio sepulcral, como en una iglesia, mientras abro la puerta. Al otro lado están, efectivamente, Pam y su hermana Synnöve. La ex súper modelo lleva un vestido rosa estilo años 60 que se le ajusta como un guante y que me hace sentirme una mendiga con mis sencillos vaqueros. Synnöve lleva también un vestido, pero el suyo es de un tono entre turquesa desvaído y verde agua muy claro, con tirantes violeta, más juvenil. Antes de que llegue a pronunciar una sola palabra, Pam me tiende una botella de champagne rosado mientras dice:
—Para la fiesta.
Alyssa debe tener superpoderes. O a lo mejor es que conoce tan bien a su enemiga del alma que supo anticipar sus movimientos.
Pam entra como Pedro por su casa en nuestro apartamento, ignora ostentosamente a Alyssa y saluda a las demás como si estuviera auto presentándose para Miss América. Mientras tanto, Synnöve se acerca a la mesa de las bebidas y escoge un refresco. Es mucho más accesible que su hermana, así que no puedo evitar acercarme a ella y comentar:
—Parece que a Pam se le da de maravilla ser el centro de atención.
—Fue diseñada para eso —responde Synnöve, como si hablase de un cyborg—. Ya no es vuestra fiesta, es la suya. Seguramente piensa que la botella de champagne es bastante precio.
Su comentario se acerca bastante al de Alyssa, pero me abstengo de decírselo, ya que ésta se acerca y saluda a su prima. Tal vez lo mejor sea dejarlas solas, así que reculo hasta donde se encuentra Eden, que contempla a nuestras vecinas mientras charlan entre sí, sobre todo en torno a Pam, como una reina. Mi amiga me mira con cara de circunstancias y anuncia:
—Voy a poner el champagne a enfriar. A todas nos vendrá bien una copa.
Ambas nos dirigimos hacia la cocina, y en ese instante suena el timbre. Intercambiamos una mirada sorprendida; ¿no ha venido ya todo el mundo?
Me muero de curiosidad, así que me dirijo a abrir, y Eden se demora a propósito para ver de quién se trata.
Creo que se me queda cara de idiota cuando abro la puerta y me encuentro al otro lado con una despampanante y altísima mujer negra con una frondosa melena rizada.
—Hola —saluda—, acabo de llegar al edificio.